Cuando uno escribe un artículo o un libro, es obligatorio o muy
recomendable citar las fuentes que le sirven de inspiración o
referencia. En este caso, considerando mi avanzada edad y despiste
característico, voy a hacerlo ahora mismo, antes de que una neurona
patine o sacuda a la contigua, y el autor de la frase se quede sin el
justo reconocimiento.
La frase que titula
el post está entresacada de una conversación, creo recordar que
correctamente hidratada con suaves efluvios enólicos (¿o es
deshidratada? nunca me acuerdo) que mantuve con uno de los grandes
compañeros que se tienen cuando se es joven y se tiene la enorme fortuna
de conocer de primera mano la vida universitaria complutense, y a los
que uno jamás olvida aún cuando la vida profesional y personal, la
desidia o el azar estipulan una lamentable pérdida de contacto directo y
a veces indirecto.
De aquella época en concreto, puedo
recordar que hubo unos meses-cursos en los que compartí momentos
gloriosos con un grupo de atípicos y heterogéneos personajes, que
probablemente solo compartían los deseos de complementar los inevitables
rigores académicos con algún otro tipo de experiencias personales,
amorosas, amistosas, culturales, deportivas e indefectiblemente lúdicas.
Describir
a todos aquellos maravillosos seres me llevaría mucho tiempo, me
quedaría muy corto en halagos, y especialmente en algún caso, las
lágrimas asomarían fácilmente a mis ojos, y en el actual entorno, me
prooduciría una situación embarazosa y que no tendría mucho interés en
explicar.
Pero sí puedo decir que de aquella época algunos
sobrevivimos de una forma más convencional, con mayores o menores
éxitos, pero marcados por un camino de cierta ortodoxia, y otros
prosiguieron su existencia de forma más atípica, pensándolo bien, en
justa armonía con sus rasgos más característicos.
De entre
todos ellos, posiblemente mi amigo P., haya sido el que ha obtenido un
mejor reconocimiento profesional, en justa consonancia con sus
habilidades intelectuales y esfuerzo, y seguramente injusta con su
enorme valía como ser humano. A estas alturas, si hubiera un Ministerio
De Las Buenas Personas, él no podría ser Ministro, porque es demasiado
buena persona.
Aún así, mi amigo P., ha tenido un pasado, como
todo bicho viviente, en el que siempre hay episodios que recordamos con
cariño, aunque quizás no es imprescindible que nuestros hijos conozcan
todos los detalles ((véase antoniadis9.blogspot.com "Las cosas que no les contaré a mis hijos (Y que si llegasen a averiguar, negaré hasta el fin de mis días))
Dentro
de ese pasado, no excesivamente proceloso en lo que yo conozco,
recuerdo con mucho cariño una conversación que mantuvimos acerca de la
amistad entre hombre y mujer, en el que yo creo recordar (hay que
hacerse cargo de las circunstancias), que defendía ¿cándidamente? no
solo la posibilidad, sino la conveniencia de la misma.
Ambos
estábamos de acuerdo en el fondo de la cuestión: "con las mujeres, lo
más cerca posible. Si hay roce fantástico, y si hay cariño aún mejor, y
si la cosa va a mas, pues a disfrutarlo" Los dos pensábamos
fundamentalmente en la riqueza del pensamiento femenino, su
sofisticación, la gran diferencia con nuestra simplicidad, su maldad
innata,...es decir, los grandes rasgos de la personalidad de la mujer
que tanto nos cautivan a los hombres. Puede que nos rondara algún
pensamiento impuro, hasta los hombres más castos los han tenidos, y
nosotros no creo que nos incluyéramos en esa categoría.
En lo
que diferíamos era en la viabilidad de un concepto de amistad similar a
los principios fundamentales de la amistad masculina: Lealtad por
encima de apetencias o conveniencias, franqueza y sinceridad absoluta
excepto en algunos temas que no abordábamos nunca, apoyo máximo al amigo
haga lo que haga, en fin, esas cosas que las mujeres con cierta mezcla
de envidia y desprecio reconocen en los hombres y no hallan en sus
correligionarias de género.
Esa discusión acabó de forma
abrupta y con reconocimiento expreso por mi parte de una abultada
derrota dialéctica cuando P. pronunció la siguiente frase, casi textual "
La amistad con las mujeres no puede ocurrir porque siempre existe el
componente sexual latente"
Claro, tuve que admitir la derrota
sin paliativos porque, con excepción hecha de algunos discursos de Marco
Tulio Cicerón, ningún orador pudo decir verdad más indiscutible que
esa.
Al final, debe ser cosa de las feromonas, de las
adeninas o simplemente como dicen ellas, que estamos salidos, pero mi
amigo P. tiene más razón que un santo. Siempre acabamos encontrando la
manera de considerar algún tipo de atractivo o interés sexual en
aquellas mujeres que nos rodean o nos interesan, aún cuando los
mecanismos represivos sociales nos alejan de la cabeza la posibilidad de
intentar cualquier tipo de acercamiento en ese sentido.
Y
claro, siguiendo el argumento, se hace más cuesta arriba extender el
concepto masculino de amistad a una portadora xy, cuando has pasado
revista exhaustiva a sus ojos, a su pelo o a sus curvas, que a estas
alturas, podrías dibujar a ciegas (los que sepan)
Hay sesudos intelectuales (varones) que tienen opiniones aparentemente distintas, como Pierre-Jules Renard
que dice "Entre un hombre y una mujer la amistad es tan sólo una
pasarela que conduce al amor", no habla estrictamente de componente
sexual latente ni explícito, pero al ser un autor francés, ya se da por
descontado.
Más interesante y cercana es la opinión del recientemente fallecido Fernando Fernán Gómez
"¿La amistad entre un hombre y una mujer? Sí, la entiendo, mientras no
sea yo el amigo" Nos da una clara idea del reconocimiento de la propia
impotencia del autor, bien para aplicar a una mujer los principios
identitarios de la amistad masculina, bien para limitarla en términos
asexuados.
Curiosamente, tanto en las conversaciones
informales como en diferentes artículos y paginas de internet, es
frecuente encontrar mujeres que no solo aceptan la idea de la amistad
masculina, sino que la defienden con total naturalidad, como si no
entendiesen la pregunta. En cambio es mucho menos frecuente ,
considerando la ausencia de rigor estadístico de esta afirmación, que
los varones acepten este hecho con tal naturalidad.
Probablemente
esta es una de esas discusiones eternas, en las que difícilmente se
puede adoptar una posición inamovible o con presunción de veracidad. Sin
duda uno de los factores más influyentes a la hora de fijar opiniones
es la propia experiencia. Es decir, si yo tengo amigas con las que no se
me ocurriría tener una relación más allá de lo que se podría considerar
coloquialmente como amistad, en la que ni siquiera se me ha pasado por
la cabeza el hecho de que pudieran o pudiesen tener atractivo físico, y
de tenerlo, tampoco me ha rondado la idea de apreciarlo más de cerca,
entonces la posición es clara y rotunda a favor. Si por el contrario no
tienes amigas o las has tenido pero se ha interpuesto la cosa hormonal,
te colocarás decidida y frontalmente en contra y abominaras de la mera
existencia de la posibilidad y te horrorizarás de que alguien pueda
siquiera pensarlo.
Si algún curioso o cotilla pretendiese
conocer mi posición al respecto, ya puede esperar sentado cómodamente,
puesto que no quiero, no puedo o no deseo hacerlo. Sí que puedo informar
de que mis amigas, en el supuesto caso de que se las pueda llamar así y
no haya que utilizar algún otro térmicno diferente, que ni lo se ni
quiero saberlo, tienen todas un terrible atractivo físico e intelectual,
básicamente por si alguna de ellas decide leer estas líneas. Vamos que
están todas buenísimas, todas son listísimas y diría que son unos trozos
de pan si no fuera porque alguna prefiere ser mala malísima (las chicas
buenas van al cielo y las malas a todas partes) Y que, salvo que alguna
de ellas se molestase por ello, (anticipadamente pido el perdón más
humilde) no se me ha pasado por la cabeza en modo alguno la abominable
idea de establecer la más mínima aproximación física salvo las meramente
protocolarias.
Quizás la dificultad está en establecer que el
término amistad puede ser interpretado de muchas formas. Fiajos que la
propia RAE recoge todos estos posibles significados:
"Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.
2. f. amancebamiento.
3. f. Merced, favor.
4. f. Afinidad, conexión entre cosas.
5. f. ant. Pacto amistoso entre dos o más personas.
6. f. ant. Deseo o gana de algo.
7. f. pl. Personas con las que se tiene amistad.
hacer las ~es dos o más personas.
1. loc. verb. coloq. p. us. Reconciliarse tras estar reñidas."
Es que si la propia RAE recoge entre los posibles significados de amistad el amancebamiento "Trato sexual habitual entre hombre y mujer no casados entre sí" ,
la confusión o divergencia de opiniones, no solamente está justificada,
sino avalada por un organismo de reconocido prestigio internacional.
Y
así, aquellos que piensan que la amistad entre hombre y mujer no
existe, han encontrado un soporte científico para justificar su
posición. Y cuando un posicionamiento dialéctico se apoya en una base
científica, es difícil de rebatir.
Salvo cuando se trata de mujeres, claro está
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