jueves, 4 de octubre de 2012

El componente sexual latente (o de la amistad entre hombre y mujer)

Cuando uno escribe un artículo o un libro, es obligatorio o muy recomendable citar las fuentes que le sirven de inspiración o referencia. En este caso, considerando mi avanzada edad y despiste característico, voy a hacerlo ahora mismo, antes de que una neurona patine o sacuda a la contigua, y el autor de la frase se quede sin el justo reconocimiento.
La frase que titula el post está entresacada de una conversación, creo recordar que correctamente hidratada con suaves efluvios enólicos (¿o es deshidratada? nunca me acuerdo) que mantuve con uno de los grandes compañeros que se tienen cuando se es joven y se tiene la enorme fortuna de conocer de primera mano la vida universitaria complutense, y a los que uno jamás olvida aún cuando la vida profesional y personal, la desidia o el azar estipulan una lamentable pérdida de contacto directo y a veces indirecto.
De aquella época en concreto, puedo recordar que hubo unos meses-cursos en los que compartí momentos gloriosos con un grupo de atípicos y heterogéneos personajes, que probablemente solo compartían los deseos de complementar los inevitables rigores académicos con algún otro tipo de experiencias personales, amorosas, amistosas, culturales, deportivas e indefectiblemente lúdicas.
Describir a todos aquellos maravillosos seres me llevaría mucho tiempo, me quedaría muy corto en halagos, y especialmente en algún caso, las lágrimas asomarían fácilmente a mis ojos, y en el actual entorno, me prooduciría una situación embarazosa y que no tendría mucho interés en explicar.
Pero sí puedo decir que de aquella época algunos sobrevivimos de una forma más convencional, con mayores o menores éxitos, pero marcados por un camino de cierta ortodoxia, y otros prosiguieron su existencia de forma más atípica, pensándolo bien, en justa armonía con sus rasgos más característicos.
De entre todos ellos, posiblemente mi amigo P., haya sido el que ha obtenido un mejor reconocimiento profesional, en justa consonancia con sus habilidades intelectuales y esfuerzo, y seguramente injusta con su enorme valía como ser humano. A estas alturas, si hubiera un Ministerio De Las Buenas Personas, él no podría ser Ministro, porque es demasiado buena persona.
Aún así, mi amigo P., ha tenido un pasado, como todo bicho viviente, en el que siempre hay episodios que recordamos con cariño, aunque quizás no es imprescindible que nuestros hijos conozcan todos los detalles ((véase antoniadis9.blogspot.com "Las cosas que no les contaré a mis hijos (Y que si llegasen a averiguar, negaré hasta el fin de mis días))
Dentro de ese pasado, no excesivamente proceloso en lo que yo conozco, recuerdo con mucho cariño una conversación que mantuvimos acerca de la amistad entre hombre y mujer, en el que yo creo recordar (hay que hacerse cargo de las circunstancias), que defendía ¿cándidamente? no solo la posibilidad, sino la conveniencia de la misma.
Ambos estábamos de acuerdo en el fondo de la cuestión: "con las mujeres, lo más cerca posible. Si hay roce fantástico, y si hay cariño aún mejor, y si la cosa va a mas, pues a disfrutarlo" Los dos pensábamos fundamentalmente en la riqueza del pensamiento femenino, su sofisticación, la gran diferencia con nuestra simplicidad, su maldad innata,...es decir, los grandes rasgos de la personalidad de la mujer que tanto nos cautivan a los hombres. Puede que nos rondara algún pensamiento impuro, hasta los hombres más castos los han tenidos, y nosotros no creo que nos incluyéramos en esa categoría.
En lo que diferíamos era en la viabilidad de un concepto de amistad similar a los principios fundamentales de la amistad masculina: Lealtad por encima de apetencias o conveniencias, franqueza y sinceridad absoluta excepto en algunos temas que no abordábamos nunca, apoyo máximo al amigo haga lo que haga, en fin, esas cosas que las mujeres con cierta mezcla de envidia y desprecio reconocen en los hombres y no hallan en sus correligionarias de género.
Esa discusión acabó de forma abrupta y con reconocimiento expreso por mi parte de una abultada derrota dialéctica cuando P. pronunció la siguiente frase, casi textual " La amistad con las mujeres no puede ocurrir porque siempre existe el componente sexual latente"
Claro, tuve que admitir la derrota sin paliativos porque, con excepción hecha de algunos discursos de Marco Tulio Cicerón, ningún orador pudo decir verdad más indiscutible que esa.
Al final, debe ser cosa de las feromonas, de las adeninas o simplemente como dicen ellas, que estamos salidos, pero mi amigo P. tiene más razón que un santo. Siempre acabamos encontrando la manera de considerar algún tipo de atractivo o interés sexual en aquellas mujeres que nos rodean o nos interesan, aún cuando los mecanismos represivos sociales nos alejan de la cabeza la posibilidad de intentar cualquier tipo de acercamiento en ese sentido.
Y claro, siguiendo el argumento, se hace más cuesta arriba extender el concepto masculino de amistad a una portadora xy, cuando has pasado revista exhaustiva a sus ojos, a su pelo o a sus curvas, que a estas alturas, podrías dibujar a ciegas (los que sepan)
Hay sesudos intelectuales (varones) que tienen opiniones aparentemente distintas, como que dice "Entre un hombre y una mujer la amistad es tan sólo una pasarela que conduce al amor", no habla estrictamente de componente sexual latente ni explícito, pero al ser un autor francés, ya se da por descontado.
Más interesante y cercana es la opinión del recientemente fallecido "¿La amistad entre un hombre y una mujer? Sí, la entiendo, mientras no sea yo el amigo" Nos da una clara idea del reconocimiento de la propia impotencia del autor, bien para aplicar a una mujer los principios identitarios de la amistad masculina, bien para limitarla en términos asexuados.
Curiosamente, tanto en las conversaciones informales como en diferentes artículos y paginas de internet, es frecuente encontrar mujeres que no solo aceptan la idea de la amistad masculina, sino que la defienden con total naturalidad, como si no entendiesen la pregunta. En cambio es mucho menos frecuente , considerando la ausencia de rigor estadístico de esta afirmación, que los varones acepten este hecho con tal naturalidad.
Probablemente esta es una de esas discusiones eternas, en las que difícilmente se puede adoptar una posición inamovible o con presunción de veracidad. Sin duda uno de los factores más influyentes a la hora de fijar opiniones es la propia experiencia. Es decir, si yo tengo amigas con las que no se me ocurriría tener una relación más allá de lo que se podría considerar coloquialmente como amistad, en la que ni siquiera se me ha pasado por la cabeza el hecho de que pudieran o pudiesen tener atractivo físico, y de tenerlo, tampoco me ha rondado la idea de apreciarlo más de cerca, entonces la posición es clara y rotunda a favor. Si por el contrario no tienes amigas o las has tenido pero se ha interpuesto la cosa hormonal, te colocarás decidida y frontalmente en contra y abominaras de la mera existencia de la posibilidad y te horrorizarás de que alguien pueda siquiera pensarlo.
Si algún curioso o cotilla pretendiese conocer mi posición al respecto, ya puede esperar sentado cómodamente, puesto que no quiero, no puedo o no deseo hacerlo. Sí que puedo informar de que mis amigas, en el supuesto caso de que se las pueda llamar así y no haya que utilizar algún otro térmicno diferente, que ni lo se ni quiero saberlo, tienen todas un terrible atractivo físico e intelectual, básicamente por si alguna de ellas decide leer estas líneas. Vamos que están todas buenísimas, todas son listísimas y diría que son unos trozos de pan si no fuera porque alguna prefiere ser mala malísima (las chicas buenas van al cielo y las malas a todas partes) Y que, salvo que alguna de ellas se molestase por ello, (anticipadamente pido el perdón más humilde) no se me ha pasado por la cabeza en modo alguno la abominable idea de establecer la más mínima aproximación física salvo las meramente protocolarias.
Quizás la dificultad está en establecer que el término amistad puede ser interpretado de muchas formas. Fiajos que la propia RAE recoge todos estos posibles significados:
"Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.
2. f. amancebamiento.
3. f. Merced, favor.
4. f. Afinidad, conexión entre cosas.
5. f. ant. Pacto amistoso entre dos o más personas.
6. f. ant. Deseo o gana de algo.
7. f. pl. Personas con las que se tiene amistad.
hacer las ~es dos o más personas.
1. loc. verb. coloq. p. us. Reconciliarse tras estar reñidas."
Es que si la propia RAE recoge entre los posibles significados de amistad el amancebamiento "Trato sexual habitual entre hombre y mujer no casados entre sí" , la confusión o divergencia de opiniones, no solamente está justificada, sino avalada por un organismo de reconocido prestigio internacional.
Y así, aquellos que piensan que la amistad entre hombre y mujer no existe, han encontrado un soporte científico para justificar su posición. Y cuando un posicionamiento dialéctico se apoya en una base científica, es difícil de rebatir.
Salvo cuando se trata de mujeres, claro está

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